Cómo desandar un camino sin que se pierda lo andado, sin que
cambie la dirección de las pisadas que lo conformaron. Cómo desdibujar las
líneas de un rostro, el trazo de una palabra que nombra el pasado pero que
persiste intacta en el presente, una palabra que se mira y se reconoce en el
presente simplemente porque estamos ahí.
Cómo evitar cerrar los ojos y perderse en el camino, en el
rostro, en la palabra, respirar olvidándonos del tiempo sintiendo como el aire va llenando
nuestros pulmones, como el corazón se agita de melancolía para luego volver al
trazo como si quisiéramos tomar con la punta de los dedos su final y despegarlo
con cuidado, ir deshaciéndolo sin que se rompa ni pierda el sentido, sin que
manche nada, empeñados en dejar la hoja nuevamente en blanco para que vuelva a
ser desafío e invitación, y colmarla sea una fiesta llena de futuro y
felicidad.
Cómo olvidar todo lo que sabemos del tiempo y del espacio,
cómo intuir aunque sea mínimamente todo lo que ignoramos de las demás
dimensiones, cómo transgredir las direcciones impuestas por vaya a saber que
Dios aburrido e inventarnos otra forma de compartir el pasado que no sea la
memoria; ese lugar desconocido que a veces se pierde y a veces vuelve como un
viento repentino que no sale de ningún lugar a soplar las velas de nuestro
desconcierto.
Es inútil, todo intento de pausa es inútil.
Esta tarde de lluvia es tu rostro el que vuelve, es tu
nombre la palabra, y es tu cuerpo desnudo el camino, el viaje hacia el pasado,
hacia tu cintura ceñida en mis manos que resbalan y te dan forma mientras voy
conquistando tus humores y tu continente. Y vos, una Diosa delirada que rebota
en mí, perdida, entregada, fugada de todo, una niña ciega que toma la mano de
quien cree la conducirá a su destino verdadero, un fosforito que ya no puede
dejar de encenderse.
Que grandiosa y apasionadamente confundidos estábamos cada tarde
en tu cama de hada madrina. Que ingenuos, estúpidos y felices fuimos al creer
por un segundo que nosotros podríamos ser la eternidad del sentimiento y que
bastaba con nuestra fe. Pero todo lo que no tiene sentido y se hace porque sí, se
celebra con pan y vino, tiene el sabor salado de la transpiración que recorre la
piel de quien carga la cruz, tiene el dolor soberano de la corona de espinas, y
la oscura muerte a la hora precisa en el lugar de la calavera. Y tiene la
eternidad prometida de consuelo, y la esperanza de salvación de los hermanos de
recompensa.
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