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6/9/07


QUE CAGADA

De todas las formas que puede tener el desamor, la que develamos juntos fue, sin dudas, la más repugnante.
Aquella mañana amanecí, como siempre, excitado. Claro, vos, como siempre, amaneciste apurada. Creo que ahí empezó toda la confusión. ¿Y que hacer con eso? Al baño y a empezar el día. Pero no lo hice. ¿Por qué?, no lo sé. Cosa de los jueves.
Todos los jueves quedábamos para almorzar en La Tablita ¿Te acordas? Yo pasaba por tu trabajo cuando salía del mío y de ahí caminábamos juntos y en silencio un par de cuadras. Y nada, a comer. Después sí, lo único que yo amaba, me doy cuenta ahora, de vos: el sexo.
Te esperé como siempre, en la plaza, frente a Casa de Gobierno, pero vos no me viste. Salías hablando, muy sonriente, con el pelotudo de Secco. Ese que vos decías que era insoportable, pero te lo bancabas porque pobre tipo, si al fin y al cabo era un imbécil, me decías siempre. Te dejé pasar unos pocos metros y te seguí, para así, cuando él se fuera sorprenderte. ¿No era eso romántico? Mierda de romántico me pareció cuando me di cuenta la manera que tenías de tratar al pelotudo de Secco: demasiada coquetería, hasta para vos. Pero, cuando lo abrazaste y le diste un beso en la mejilla, ya me pareció demasiado, hasta para vos, y algo terrible comenzó a crecer en mi estomago.
Ustedes fueron a una guardería de autos en calle Laprida, y se subieron en un auto, el del pelotudo de Secco, supongo, porque fue él quien se sentó del lado del conductor, pero por sobre todas las cosas porque vos, en ese entonces, no tenías auto. Yo, cegado por aquello terrible que crecía en mi estomago, me tomé un taxi y le pedí al taxista que los siguiera.
El lugar se llamaba Prive, y claro, era para coger. Le pedí a la voz que chillaba en el portero eléctrico que me dijera el número de habitación de la pareja que había entrado recién, pero se negó. Entonces le pedí una habitación cualquiera para mí. Y empezó con la lista de precios y de horas, y yo que ya estaba perdiendo de vista el auto del pelotudo de Secco le dije, que sí, que esa, a no sé qué cosa. Finalmente me dio la habitación número treinta y dos, por ciento cincuenta pesos, lo recuerdo como si fuera ayer. Cosas de la memoria.
Le pedí al taxista que siguiera el auto. Ustedes entraron en una habitación sin número, llamada París o algo así. Era el nombre de alguna capital Europea, de eso estoy seguro. Le dije al taxista que me dejara ahí. Está seguro, me preguntó. Yo no lo sabía, pero le dije que sí. No haga locuras hombre, me dijo mientras me cobraba.
Me bajé. Me quedé en la puerta. Traté de pensar con calma, traté de entender la situación. Pero de pronto no pude contener más aquello terrible que crecía en mi estomago. Aquello cobro vida y se adueñó de todo mi ser, de mis movimientos, de mis pensamientos… ya sin poder contener más aquello, entré en la habitación y apenas si vi como el pelotudo de Secco tocaba por debajo de la pollera tus nalgas, su cara de sorpresa y tu cara de sorpresa y también de excitada. No me dio asco, ni pena, ni dolor aquel episodio. Todo mi cuerpo y mi mente solo podían atender a aquello terrible que explotaba en mi estomago. Desesperado entré al baño de esa habitación de luz roja y horrible, como pude me bajé los lienzos, como pude me senté en el inodoro hediondo y como pude expulsé aquello terrible que creció y reventó en mí estomago.
Qué cagada, che!!!, dije mientras caía en la cuenta de que era Miércoles.


 


2 comentarios:

Pablo Giori dijo...

Me parece bien... o sea... no esta bien que sea miercoles... pero me parece que el que tiene la culpa de despertarse un dia antes sos vos... o algo asi... sumado a mi Blog, suertre!

Mariana dijo...

qué groso que la gente confunda autor con narrador.... de cualquier forma sigue siendo tu culpa. Todo es tu culpa siempre, ok? besos
ta bueno el girito final