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23/2/12



Ella nunca fue mi amiga. Las dimensiones de la amistad son, por lo menos, indescifrables.
Cuando vi que era inevitable que nos crucemos en esa calle esa tarde pegajosa de verano, mi intención intuitiva era saludarla y seguir mi camino sin mayores demoras. Pero ella se detuvo y yo también. Las dimensiones de los saludos a mitad de una calle son, sin dudas, indescifrables. Su abrazo y su felicidad me desconcertaron. Pensé que a lo mejor fuera verdad que mi historia con vos le haya dado la iniciativa y el valor para escribir la suya. Después de todo no hay dudas de que abrimos un camino. Quizás por eso, cuando le pregunte cómo estaba por pura cortesía, comenzó a hablarme de él. Me hablaba sobre él y ella y los sentimientos y la eternidad.
Yo también una vez lo creí, pensaba mientras ella seguía hablando y yo ya no la escuchaba. O mejor dicho; muchas veces lo creí, pero una vez lo creí y lo sentí. Por eso no podía decirle nada a ella, y también porque quería creer que tenía razón y que los equivocados éramos nosotros. Que difícil.
Al principio del final, mientras lo vivía, no me di cuenta de que todo había sido tan fuerte. Empecé a vislumbrar la magnitud de los hechos cuando mucho tiempo después, cuando ya no pensaba en nada, algunas personas que me conocían bastante no sé en qué contexto ni por qué me preguntaban por vos. Decían: y, y a continuación tu nombre, y a continuación puntos suspensivos, tan suspensivos que lo suspendían todo, una pausa en el universo que me trasportaba a tus ojos grandes y al tiempo en que éramos invencibles. Y entonces volvía a pensar en vos, volvía a pensar en que muchas veces lo creí, pero una vez lo creí y lo sentí, y le rogaba a Dios y al mundo y a la naturaleza y a todo aquello a que un hombre pueda rogarle; que ella no estuviera equivocada.
Es que nos pasaron tantas cosas… y lo superamos todo, decía ella en medio de la tarde.
Claro que sí, tenía ganas de decirle yo. Pero me quedaba mirándola, y trataba de pensar en vos o en alguien o en el amor. Pero no podía, y seguía mirándola a ella tan linda y feliz, y suponía que alguna vez, con seguridad, yo habría pensado y habría dicho lo mismo, pero esa tarde no podía recordar. Las dimensiones de los recuerdos son, siempre, indescifrables.
Ella me miró mirándola y se calló. Por fin se calló. No sé qué habrá visto pero estaba seguro que estuvo a punto de decir y, y a continuación tu nombre, y a continuación puntos suspensivos. Pero en realidad no estaba seguro de nada. Cómo podía estar seguro de algo, de cualquier cosa, parado en medio de una calle pululante con una temperatura de casi cuarenta grados, hablando sobre cosas que ya ni creía ni me interesaban, con una mujer que a lo mejor, en otras circunstancias, podría haber sido mi amiga, mi amiga de verdad, o quién sabe si algo más, pero no ahora, no cuando su imagen remitía directamente a otra, a otra que significaba (y quizás signifique todavía) tanto, pero que ya olvide (¿olvide?), porque ya no quería que me duela.
No sé qué habrá visto. Algo quizás horrible, algo quizás monstruoso, porque como si de repente se transformara en otra persona, o como si yo me transformara en otra persona, o como si por fin se diera cuenta de quiénes éramos ella y yo, y lo incomodo y ridículo y sin sentido de la situación, porque nunca fuimos ni podríamos ser amigos, me dijo; que andes bien, y se fue como si nada, como yo me hubiera ido desde el principio, como se me pasaban las horas y los días y los meses, y quién sabe sino también los años, desde hace algún tiempo.

3 comentarios:

Emmanuel dijo...

muy bueno increible!!! pasate por mi blog seria un honor

Estrella Filostar dijo...

La genialidad de todo poeta, tu genialidad:
conseguir hacer que el lector sienta como suyas propias las experiencias relatadas. Expresar con talento y originalidad lo que todos sentimos en un momento determinado y en una situación determinada, pero no somos capaces de explicarlo. El poeta, sí.

Genial.

Maya dijo...

SIMPLEMENTE HERMOSO