Buscar este blog

17/12/11



Cerré el libro y me quedé pensando. Saqué del bolsillo la libretita que siempre llevaba, como una especie de carnet que me autorizaba a decir que era poeta, porque yo tenía esa clase de pensamientos idiotas a veces, y escribí no sé qué sobre los precipicios y los llanos, y al final, dibuje la locomotora de un trencito que tiraba humo por la chimenea y hacia chu chu.

─Sí, pero falta ─dijo.

Por qué dibuje una locomotora?

Nunca fue mía, pero durante un tiempo jugamos a que la eternidad eran nuestros nombres dibujados en el cemento fresco de una calle. No me importaba mucho con quien estuviera o no, pero sí tenía un terror desmedido de que en realidad todo haya sido una mentira, o en el mejor de los casos un sueño; como la tarde que parado en la puerta de su casa dude en tocar el portero porque temí que alguien me atendiera y me preguntara quién era yo, y yo preguntara por ella, y ella saliera y me dijera; si?, qué queres?, con cara de incomprensión, con cara de qué hace este tipo en la puerta de mi casa preguntando por mí.

─ ¿Qué falta mi amor? ─pregunte yo.

Sabía que no estaba tan loco y toqué el portero y dije mi nombre y pasé y saludé a todos y me metí en su cuarto para que después de hacer dos o tres cosas que iban lavando de a poco el barniz de nuestras horas solitarias termináramos haciendo el amor, ese amor que tan bien hacíamos por dentro y por fuera y por todos lados, ese amor que ahora yo tenía terror de que haya sido mentira, una mentirita de adolescente que no sabe lo que quiere y disimula.

Todavía no sabía lo que ahora sé, pero el que dibujo la locomotora con mi mano sí lo sabía, y que hijo de puta, nunca me aviso.

Ella no contestó.

1 comentario:

Anónimo dijo...

un suspiro...nada mas...