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12/9/11



Nunca entendí tu predilección por las iglesias y las plazas. Decías que eran lugares que te inspiraban, donde encontrabas historias para contar y pintar. Yo, sin embargo, siempre sospeché que simplemente te gustaba estar donde estuvieran las palomas, sobre todo la mañana en que te vi metiendo los restos del desayuno con tostadas en uno de tus bolsillos. No me llamó inmediatamente la atención ese gesto, porque entre otras cosas, también te había visto guardar en el mismo lugar mi corazón.
Era imposible no seguirte esas tardes ociosas en las que me sacabas de la cama y me arrastrabas a alguna iglesia a la que entrábamos pecadores y felices, y vos conversabas de poesía y de colores preferidos con los santos, mientras yo miraba el techo y creía en Dios por un ratito. Entonces me mirabas, y yo sentía tu amor como un milagro, y tenía tanto miedo de que sentada en algún banco de plaza, le dieras por descuido de comer a las palomas, mi corazón rojo y tuyo.



1 comentario:

Una dijo...

Rodrigo, no me cansaré de decirte que leerte es todo un placer.