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27/8/11



Es solo agua que cae del cielo, todavía del cielo. La lluvia fue siempre simple y buena para nosotros. Solíamos adivinar casi sin querer lloviznas y chaparrones y tormentas, y bastaba con mirar tus ojos para entender que había que salir a buscar un gato o comprar un volantín porque pronto se abriría el portal de agua y poesía.
Y es verdad que vos nunca odiaste los paraguas y que a mí me daba igual, pero jamás encontramos el indicado, jamás mi mano prefirió tomar ese extraño artefacto de tela y metal y plástico, y además erguir el brazo como si llevar un paraguas fuera alguna clase de triunfo del hombre sobre la naturaleza. Entonces mirábamos el paraguas que una vez compraste en una feria porque te gustaron sus colores, y aunque siempre quisiste usarlo y volabas con tu imaginación y te pegabas a mi cuerpo y yo levantaba alto muy alto tú paraguas multicolor, te dabas cuenta enseguida que en tu imaginación estábamos secos, tan secos. Y mirábamos el paraguas y mirábamos la puerta y salíamos a la calle todavía seca porque siempre preferimos el otro ritual; el de empaparnos y no correr, y el de los besos con sabor a lluvia dulce, y las toallas, y las ropas que había que cambiarse porque achís y quien sabe que más, y el chocolate caliente, y la cama y el amor, y todo porque la lluvia siempre fue simple agua que cae del cielo y porque si bien vos nunca odiaste los paraguas y a mí me daba igual jamás encontramos el indicado.

Foto: Vincent Manalo

1 comentario:

Una dijo...

Genial Rodrigo, me ha encantado, muy emotivo, nostálgico y certero. Muchas veces escribes para alguien en especial y se me hace difícil entenderte pero hoy, creo que he leído más allá de las letras y las metáforas y he podido comprenderte.

La lluvia, la pasión de los enamorados.